Por Mônica Etes

 

Al inicio del siglo XX, Henri Wallon, psiquiatra infantil, fue uno de los teóricos que propuso cambios en la educación. Él afirmaba que las emociones son fundamentales en el proceso de desarrollo humano.

En el Espiritismo encontramos también citas que apuntan en la misma dirección: ¡Espíritas! Amaos, esta es la primera enseñanza. Instruíos, esta es la segunda. (Espíritu de Verdad – El E.S.E. cap 6, ítem 5).

Nuestros sentimientos de dedicación y de amor quedan plasmados en el fluido ambiente. El educador espírita realmente comprometido con las verdades que enseña, habituado a orar antes de iniciar sus actividades doctrinarias, prepara el ambiente espiritual de modo de posibilitar una absorción fluídica saludable de parte de los niños y jóvenes presentes, que se sentirán afectados por esa atmósfera. Sin saber cómo explicarlo, ese ambiente les ayudará a pensar, ampliando el razonamiento y favoreciendo la comprensión.

 

Escuchar lo que ellos tienen que decir sobre determinado asunto, en un ambiente seguro de respeto y de amor, contribuirá a fortalecer en el grupo un sentimiento de pertenencia al Espiritismo, fundamental para estimular la fidelidad a las enseñanzas expuestas.

A su vez, el educador espírita, como mediador y facilitador del conocimiento, tendrá que profundizar en los estudios, a fin de transmitir correctamente a los corazones de los niños y de los jóvenes. Al final, el Espiritismo es el Consolador Prometido.

La utilización de dinámicas y vivencias, en el sentido de envolverlos, es una parte importante en la tarea educativa de esos espíritus. Sumado a eso, se hace necesario presentar situaciones que sensibilicen, tales como historias de altruismo, de renuncia y de superación. Después de todo este camino recorrido, las reflexiones más sólidas son indispensables para conducir el razonamiento de quienes están en proceso de aprendizaje.

Poco a poco, la consciencia despierta al tomar conocimiento de los pasajes del Evangelio de Jesús, sumadas a las reflexiones profundas expuestas por el mediador de la reunión.

Particularmente, en relación a los adolescentes, sabemos que trabajar en la educación moral no es fácil. La crisis de la pubertad trae continuos cambios. En un momento están centrados en sí mismos y en otro en las relaciones exteriores con el mundo. Se alternan el deseo de oposición y el conformismo, el altruismo y la rebelión. No debemos desanimarnos por estas características.

A través de la observación, podemos entender qué momento están viviendo y actuar en consecuencia.

Es importante siempre desarrollar en el joven el interés por los trabajos en la siembra cristiana, creando proyectos en los cuales ellos puedan actuar y sentir sus propios resultados.

Muchas veces, queremos atribuir un significado muy valioso – merecidamente – para un tema importante, como por ejemplo, la planificación reencarnatoria, mediante una exposición doctrinaria. Los jóvenes, sin embargo, asisten con poco interés, salvo raras excepciones. De hecho, la mera transmisión de conocimientos no siempre funciona. Hay que sensibilizarlos primero, afectarlos, para que perciban el valor real de lo que se aporta.

Según Wallon, lo que nos afecta interfiere en nuestras decisiones. El deseo, o la repulsión, inducen nuestro razonamiento. La afectividad está relacionada con las emociones y los sentimientos que experimentamos. Nos afecta de forma agradable o desagradable, tanto nuestro mundo interior como lo que viene del exterior. A diferencia de lo que se suele pensar, la afectividad no es sinónimo de amor. Es la capacidad de ser afectado, según este psicólogo.

 

Todas las acciones, dinámicas y actividades ofrecidas por el educador espírita, deben integrar la educación moral y espiritual de calidad. Sensibilizar, proporciona una construcción más bella del raciocínio para su mundo íntimo.

Estas experiencias vividas en las salas de los jóvenes, de reflexiones cada vez más profundas, nunca se pierden. Basta con que un joven se enfrente a una situación de la vida que tenga algo parecido, para que aflore todos sus matices.

Muchas veces no vemos el resultado inmediato, pero perseveremos en la buena siembra. Las semillas sembradas en el alma ayudan a desarrollar los potenciales divinos del ser, y participar en este proceso es una gran alegría.

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