Luciana Medeiros

Muchos adultos, al observar algunas líneas de comportamiento de sus hijos o de los niños de la familia, se sorprenden de lo seguros, maduros y autónomos que parecen. ¡Como si fueran niños mayores!

Ante esta forma de actuar los padres no siempre reaccionan de una manera armoniosa. En algunos casos ceden a los deseos y exigencias de los pequeños porque no encuentran argumentos para contrariarlos y acaban permitiéndoles hacer lo que quieren. ¿Has visto alguna vez que esto ocurra?

Kardec, a través del Evangelio según el Espiritismo, en el capítulo sobre el parentesco corporal y el parentesco espiritual¹, afirma que:”El cuerpo procede del cuerpo, pero el Espíritu no procede del Espíritu, porque el Espíritu ya existía antes de la formación del cuerpo.” Esto significa que no fueron los padres encarnados quienes crearon el espíritu de sus hijos, a pesar de haberles dado la condición física para nacer. Esto explica por qué los niños pueden hablar y actuar como si fueran mayores, pero hay otras cosas que debemos saber.

El Espíritu es inmortal y creado por Dios. Al habitar el cuerpo de un niño, a pesar de su apariencia inocente, el alma lleva consigo sentimientos buenos y malos, además de varios vicios originados por el egoísmo que pueden haberlo conducido a caídas morales. Por lo tanto, el niño con el que tenemos contacto, o que conocemos, es un viejo espíritu que, como nosotros, ha vivido muchas veces y ahora se encuentra en una nueva experiencia para mejorar.

El olvido del pasado, en la vida corpórea, es un designio de Dios para que el Espíritu que está en misión o expiación sea más accesible a la educación y renovación de hábitos e ideas. En esta fase el cuerpo físico, justamente porque sus órganos y su capacidad mental y psicológica están en desarrollo, restringe el acceso a la información sobre el pasado espiritual y con la ayuda de los padres y tutores, el apoyo y la orientación que el alma recibe pueden ayudarla, evitando nuevas caídas morales y proporcionando el desarrollo de virtudes como el altruismo y la humildad ante la vida y las personas que la rodean.

Como padres y personas responsables, tenemos mucho que enseñar, educando a las almas encarnadas en el cuerpo de los niños a través de la experiencia y la sabiduría que adquirimos a lo largo de la vida. Sin embargo, aunque la convivencia y la relación con ellos no es la más sencilla, es necesario estar cerca y disponibles para cumplir con nuestro papel e impulsarlos a las transformaciones morales que necesitan, a través del noble ejercicio de la disciplina y el desempeño de las funciones que les corresponden, dentro del hogar, por pequeñas que sean.

Emmanuel, en el libro “Camino, Verdad y Vida”², compara la Reencarnación con un importante viaje (y no un simple paseo) realizado en barco. En esta metáfora, el espíritu es un marinero que necesita un barco (cuerpo físico). Además, como conviene a cualquier viaje largo y para que sea exitoso, es necesaria la planificación, la guía de marineros experimentados, las provisiones y la “actitud marinera”, para llegar al final del viaje y que éste sea exitoso.

La infancia, en un lenguaje figurado sometido a la metáfora creada por Emmanuel, sería la fase de preparación del viaje, no sólo en relación con la embarcación, sino también en la adquisición de los conocimientos necesarios (como lo que está bien y lo que está mal), las provisiones para los momentos difíciles (como la necesidad de cuidar la salud y la capacidad de conectar con Dios a través de la oración), y la experiencia para no distraerse con el paisaje y acabar corriendo el riesgo de “salirse de la ruta” o perderse (por influencia de las compañías menos felices o por pura satisfacción de los vicios mediante el mal uso del libre albedrío). 

Además, según la metáfora, la fase de juventud corresponde al momento en que el marinero toma el barco y, lleno de esperanzas, zarpa hacia mar abierto; la vejez es la llegada a puerto.

Ahora… piensa un poco, ¿te has imaginado si un marinero “en la vida real” no está bien entrenado? ¿Si recibe información incoherente o incluso errónea de marineros experimentados? ¿Qué podría pasarle durante un viaje? Lo mismo ocurre con nuestros niños e hijos (los marineros) que son preparados por nosotros (los marineros experimentados) para las experiencias de la vida, si no cumplimos nuestro papel adecuadamente. Y esto es lo que podemos observar, por desgracia, como resultado de muchos desastres cotidianos causados por el consumo de drogas, la violencia de todo tipo, la falta de compromiso con la vida e incluso el suicidio, tragedias que a menudo podrían evitarse.

Es esencial dirigirse a los niños y jóvenes usando un lenguaje sencillo y ejemplos verídicos, según la capacidad de comprensión de cada edad. Y es muy importante tener cuidado con las informaciones que pueden confundir o distorsionar lo que es importante saber.

Puede ocurrir que en la convivencia familiar a veces se produzcan discusiones e incluso enfrentamientos de parte de nuestros hijos, de manera que sus voluntades se subleven ante aquello que les ofrecemos, y que no siempre es de su agrado. Sin embargo, esta reencarnación puede ser un “encuentro programado” desde vidas anteriores, en las que desconocemos los compromisos que nos han unido a nuestros hijos.  Por ejemplo, no sabemos, quién de nosotros fue víctima o verdugo en algún triste capítulo de nuestras existencias. Por esta razón, ¡no negocies! No cedas, por debilidad moral, ante las rabietas y a las provocaciones.

En esta vida, somos responsables de los más pequeños y, por lo general, sabemos lo que hay que hacer, y cuando no lo sabemos, también es nuestra responsabilidad averiguarlo. Lo importante es que hablemos y enseñemos con la autoridad moral que nos corresponde en esta encarnación de forma sincera y amorosa, tanto si el error es suyo como nuestro. Estemos atentos y seamos cuidadosos en nuestras acciones para que no promuevan un perjuicio en la educación de los niños y comprometan lo que hemos asumido con ellos y con Dios, haciéndolos débiles, desorientados y confundidos para enfrentar las vicisitudes de la vida. 

Y por último, pero no menos importante, tenemos que enseñar a los que están bajo nuestra tutela a sentir gratitud por la vida y por Dios, empezando por nuestro propio ejemplo, reconociendo el mundo y el universo, así como la vida y la reencarnación, como pruebas del amor divino y de las que tenemos que hacernos dignos. 

Nuestros hijos, en el futuro, podrán hacer mucho por sí mismos y por el mundo. Pero primero cumplamos con nuestros deberes hacia ellos y presentémosles a Jesús desde pequeños, para que Él les haga compañía y sea para ellos el ejemplo que aún no podemos ser, aunque estemos a su lado, tanto en los momentos más difíciles como en los más felices de su existencia.

 

¹ Kardec, Allan. El Evangelio según el espiritismo. Capítulo XIV, Honrar al padre y a la madre. El parentesco corporal y el parentesco espiritual, punto 8.

² Xavier, Francisco Cândido. Camino, verdad y vida. Lección 151, Juventud. Dictado por el espíritu Emmanuel.

Revisión: Valle Garcia.

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