
Cuando en la asamblea de los elegidos se consideró perpetuar el mensaje de Jesús, renacido en el espiritismo, junto con los hombres, la emoción y la ansiedad se apoderaron de los corazones angelicales.
Sabios de la Erraticidad opinaban por la divulgación del libro inmortal; místicos acostumbrados a los largos testimonios de la soledad y de la renuncia sugerían la caridad para atender la aflicción de los milenios; santos endurecidos por el trabajo de abnegación y aureolados por las virtudes presentaron la difusión de la oración como puente de conexión con las Altas Esferas de la Vida; los científicos aclimatados a las largas investigaciones y a los arduos y laboriosos laboratorios señalaron la necesidad de difundir el fenómeno mediúmnico en líneas seguras; los héroes de la Fe optaron por el fomento de luchas incansables en las que se pusieran a prueba las resoluciones de los creyentes como medios valiosos para las luchas contra las tinieblas.
Era necesario, afirmaban todos, mantener acceso al ideal espírita-cristiano en las horas que se dibujaban rudas para el porvenir.
Constatada, entretanto, la imposibilidad de reencarnaciones masivas de los numerosos sembradores del Reino, las sugerencias exigían ponderaciones y estudio.
Alguien, que se encontraba en silencio, opinó que se consultara a los Cielos en fervorosa oración en busca de inspiración divina.
En cuanto los corazones se fundían en un solo sentimiento de comunión oracional, rocío sideral, en copos plateados, cayó sobre los representantes del Señor, bendiciendo sus oraciones. Sin embargo, en un deslumbramiento de luces, brillaba un corazón, símbolo de amor y maternidad, con el Evangelio del Maestro abierto en su centro en dulce invitación:
“Dejad que los niños vengan a Mi…”
Desde entonces, las crónicas espirituales narran que, los espíritus comprometidos con el programa de la Evangelización Espírita-Cristiana entre los niños, se reencarnan anualmente, con el fin de diseminar la Palabra Divina, perpetuando en las mentes y corazones la revelación Kardeciana bajo las bendiciones de Jesucristo, para los tiempos venideros.
Amélia Rodrigues
(Comunicación recibida por Divaldo Pereira Franco en 28-1-1961, Salvador-Bahia, del libro Evangelho e Educação, de Ramiro Gama, pág. 7.)