
Por Mônica Etes
Jean Piaget se reveló desde muy joven como una persona con gran interés en conocer todo aquello a lo que tenía acceso. Demostrando un compromiso extraordinario en todo lo que hacía, a la edad de diez años, publicó su primera obra científica, que trataba sobre un gorrión albino.
Después de formarse en biología, en 1918, partió para Zurich.
En ese periodo investigó a fondo la inteligencia infantil. Aplicó pruebas de lectura, creadas por él mismo en niños en edad escolar; mostrándose muy interesado, sobre todo, en el tipo de errores que los niños cometían, anotando detalladamente su proceso racional. Él percibió que la lógica y la forma de pensar de un niño, son completamente diferentes a las que presentan los adultos.
Esta información es muy importante en la educación espírita y debemos de tenerla en cuenta a la hora de planificar una clase.
Los niños muy pequeños tienen un sentido de la justicia muy rudimentario, teniendo que ser conducidos poco a poco hacia las reflexiones más adecuadas en relación con las normas de la vida (conceptos morales). En la adolescencia, el ser se vuelve más inhibido y también más proclive a cuestionar. Estas características son importantes y deben ser recordadas en el momento de la planificación.
Pero las contribuciones de Piaget no terminan aquí. Vamos a ver una de sus brillantes teorías: La teoría del desequilibrio.
“El aprendizaje se refiere a la adquisición de una respuesta particular, aprendida en función de la experiencia.” MACEDO (1994)
Después de aprender una determinada cosa, creamos en nuestra mente, una estructura mental para responder a problemas semejantes. Con esto, sentimos una acomodación mental, que dura poco tiempo, ya que, ante una nueva situación problema, intentaremos utilizar esta estructura para solucionarla. Cuando eso no funciona, nos desequilibramos, generando una tensión, que nos deja más activos y concentrados, ansiosos por descubrir la solución.
Esa tensión encuentra un gran alivio, un placer pleno, al finalizar la cuestión de forma completa. Entonces la mente tiende a volver a su estado de equilibrio.
Todo este movimiento mental es importante para entender nuestra naturaleza.
Como fuimos creados para aprender, los desafíos son importantes y, cuando estos no ocurren, con el tiempo surge el desinterés, el tedio, un retraimiento mental y, consecuentemente, una falta de evolución. Biológica y espiritualmente tenemos sed de desarrollo, aprendizaje y creatividad.
El educador espírita precisa trabajar con estos intereses naturales, percibir en el rostro de los pequeños la ansiedad por descubrir la respuesta y participar del placer en el momento exacto en que el niño/joven pone en jaque el viejo repertorio, descubriendo un nuevo mundo de informaciones. Es una actualización del ser, que busca cambiar su comportamiento día a día.
En cuanto a los jóvenes, aunque muchos ya conocieran la Doctrina Espírita desde la infancia, nuestro trabajo para promover el desequilibrio en los conocimientos que ya traen, se torna aún más esencial. Los jóvenes necesitan encontrar nuevos elementos en el Espiritismo para salir de la acomodación de las ideas y despertar en ellos el anhelo de nuevas respuestas, que, desembocarán en el placer de aprender.
Con todo, es necesario hacer esto con mucha cautela. En el intento de llevar la novedad a la juventud espírita, muchas veces se busca inventar cosas inexistentes en el Espiritismo o traer a la actualidad en que ellos viven, de manera incoherente con la Doctrina Espírita. Para despertar la curiosidad, el trabajo es mucho más complejo, ya que precisa conocer a fondo la Doctrina, estudiando sus detalles para extraer los mensajes que verdaderamente resonarán en los corazones, no apenas hablando con el joven que tenemos enfrente , sino con su alma inmortal, que aspira a los altos vuelos y reclama respuestas para grandes cuestiones.
Una forma interesante de involucrarles, es haciendo asociaciones con la ciencia espírita, destacando temas que aún no han explorado, de manera más detallada; además de provocar reflexiones que les ayuden a ver la aplicabilidad de estos aprendizajes en su vida diaria. El educador espírita de la juventud, necesita, así mismo, emplear más tiempo en el estudio de las obras espíritas a fin de encontrar en ellas los elementos que despierten la atención del joven.
El desarrollo moral del joven depende de cuánto le afecten estos elementos; por lo tanto, no basta con traer apenas las informaciones; el ritmo, la repetición, la sensibilización y la atmósfera creada, les llevará a mirar las cuestiones morales de una forma más profunda y bella.
Referencias Bibliográficas:
MACEDO, L. Ensaios construtivistas. São Paulo: Casa do Psicólogo, 1994.
Traducido por Rosa Mª Pérez Duque