
Autor: Keila Campos
Madrid, Espanha
Anália Emília Franco Bastos, más conocida como Anália Franco, nació el 1 de febrero de 1853, en la ciudad de Resende, en el estado de Río de Janeiro, y murió el 20 de enero de 1919, en la ciudad de São Paulo. Fue periodista, escritora, poeta y educadora experta, que dejó un legado de amor por los demás y trabajo incansable en el bien, un ejemplo de desinterés y verdadera caridad.
Comenzó su carrera en educación a la edad de 15 años, cuando cursó el magisterio y ayudaba a su madre, que también era maestra. Vivió en una época en que la sociedad explotaba a los negros, y donde las mujeres no tenían voz.
En 1871 se aprobó la Ley del Útero Libre, donde proponía la libertad para los niños nacidos de madres esclavas, pero estos estarían bajo la tutela de amos de esclavos hasta la edad de 8 años, lo que resultó en abusos y malos tratos, y luego los niños eran abandonados y dejados a su suerte. Conmovida por esta situación, Anália Franco comenzó su trabajo social primero escribiendo cartas a las mujeres esposas de los granjeros, solicitando ayuda y apoyo para ellas. Y luego creó un lugar para acoger a estos niños, llamado la Casa Maternal.
Este primer lugar fue otorgado de forma gratuita por una de las mujeres con las que Anália tuvo contacto para solicitar ayuda. Sin embargo, la condición impuesta por ella era que los negros y los blancos no se mezclaran. Propuesta que Anália rechazó, y pasó a pagar un alquiler por el lugar para atender a niños desfavorecidos sin ningún tipo de distinción racial. No contenta con la decisión de Anália, la esposa del granjero utilizó los recursos que tenía y la influencia de su esposo para expulsar a Anália del sitio.
Ante esta situación, Anália se fue a la ciudad de São Paulo, donde alquiló una casa con su propio dinero, lo que correspondía a la mitad de su sueldo como maestra. Y, al no tener los recursos suficientes para alimentar a los niños, salió a las calles a pedir ayuda.
Anália Franco dedicó gran parte de su vida a actividades socioeducativas para niños, principalmente negros, hijos de esclavos. Sin embargo, amplió sus proyectos sociales y también ayudó a mujeres trabajadoras, pobres, marginadas, huérfanos y necesitados. Ella creía en una educación libertadora, donde intentaba capacitar a los atendidos, dando formación profesional y desarrollando con ellos el aprendizaje, el crecimiento y la (re)construcción de sus propias vidas, donde luego podrían volver a participar activamente en la sociedad.
Anália Franco colaboró con varios periódicos y revistas de varias ciudades, así como de Portugal. Y el 30 de abril de 1898 creó su propia revista titulada “Álbum de niñas”, publicada mensualmente y dirigida a mujeres jóvenes brasileñas, de carácter literario y educativo, con gran parte del contenido producido por la propia Anália, que también recibió la ayuda de otras colaboradoras.
La revista funcionó hasta 1901, y fue una forma de estimular la educación de las niñas, pues Anália utilizó este medio para hacer un llamado a los padres y a la sociedad para que la educación de las mujeres no se restringiera solo al saber leer y escribir, además de solicitar apoyo a la educación pública.
El 17 de noviembre de 1901, Anália Franco inauguró la “Asociación Femenina Benéfica e Instructiva del Estado de São Paulo“, para ayudar, instruir y educar a los niños pobres, tratando de erradicar el analfabetismo, la miseria y la ignorancia de los menos favorecidos. En sus propias palabras, la Asociación “no tiene como único objetivo amparar y educar a los desvalidos; tiene un fin superior, que es reunir en torno a una santa idea a todas las damas de la inteligencia y la buena voluntad, para trabajar de común acuerdo en el bien social”.
Aun siendo espírita, Anália nunca quiso mostrar este matiz en su obra y proyectos, porque acogía a niños de diferentes religiones, y creía que lo principal era la enseñanza de las verdades fundamentales de cualquier religión, como la existencia de Dios y el amor por los demás.
Anália fue un ejemplo de dedicación y creyó firmemente en el poder de la educación. Con sus discursos trató de convencer a otras personas, especialmente a las mujeres, de que la nación brasileña solo tendría un futuro digno a través de la educación de los niños, y decía: “Eduquemos y apoyemos a los niños pobres que necesitan nuestra ayuda: arrancándolos de los caminos de los vicios, haciéndolos ciudadanos útiles y dignos para la grandeza de nuestra Patria”.
Tenía bajo su supervisión una treintena de Escuelas Infantiles en São Paulo, hogares de ancianos, guarderías y otras escuelas en otras 24 ciudades, totalizando aproximadamente 70 instituciones, en las que Anália dio su vida para mantener el sustento y la calidad del trabajo en estos hogares de acogida y amor.
Tuvo que superar muchas dificultades cuando los recursos eran escasos debido a la Segunda Guerra Mundial, donde apenas podía contar con la ayuda del Gobierno. Realizó varios eventos y contó, por un tiempo, con la ayuda de amigos y colaboradores. Luego, recorrió ciudades con la Banda Femenina “Regente Feijó” y el Grupo Dramático Musical de la Colonia Regenerativa “Dom Romualdo”, ambos fundados por ella, para conseguir donaciones a la Asociación, siempre, por supuesto, con la ayuda y apoyo de su esposo Francisco Antônio Bastos.
A pesar de todos estos esfuerzos, surgiría otra calamidad y Brasil no estaría fuera de su alcance. Una pandemia conocida como “gripe española” comenzó en Europa, y en 1918 hubo un gran número de muertes en São Paulo.
Ya sin fuerzas físicas para seguir adelante, después de todos los esfuerzos y angustias soportadas para cuidar a sus amados niños, Anália desencarna el 20 de enero de 1919, en São Paulo.
Alma delicada, de corazón puro, dedicada, humilde, paciente, cariñosa, fue una fiel sierva de Jesús y construyó una inmensa familia espiritual. No tuvo hijos biológicos, sino cientos de hijos del corazón. Era llamada madre, y todo su trabajo fue dedicado al Padre de la Misericordia Infinita.
Dejó un legado de amor y educadora ejemplar. Escribió algunas novelas, colaboró con varias revistas y periódicos e inspiró a miles de almas, y sigue siendo, hasta el día de hoy, una personalidad inolvidable.
Para Anália Franco, “después del pensamiento y la palabra de Dios, nada es más bello y noble que la misión del verdadero educador de la infancia”.
Texto traducido al español por Keila Campos