Ana Tereza Camasmie

Brasil 

 

“Amad mucho a fin de que seáis amados”

(Sansón,1863, E.S.E. cap XI)

 

La relación entre dos personas es uno de los compromisos afectivos más desafiantes que tenemos aquí en la Tierra. Y, aunque se presente así en el nivel evolutivo en el que nos encontramos, seguimos queriendo tener una relación, encontrar una persona para afrontar la vida juntos, formar una familia, tener hijos. Somos exactamente así, espíritus en crecimiento, necesitados de afecto y profundamente gregarios. 

 

Queremos una relación amorosa con alguien significativo, que aporte algo que nos haga crecer, y que, además, podamos ofrecer lo que hace crecer al otro. Como dice Emmanuel¹, la unión de dos seres implica confianza y ayuda mutua. 

 

Sin embargo, la convivencia es un reto por varias razones, pero principalmente porque es una relación que no se basa en la consanguinidad. Es decir, comienza sin las garantías que nos da la biología, que si por un lado puede aportar un buen grado de libertad para todos nosotros, por otro nos invita a un esfuerzo constante de mantener esta elección todos los días. En segundo lugar, a partir de esta unión que se da por elección, llegan los hijos, que hereditariamente llevan en sí la fuerza del pasado y las promesas de futuro, llevando la vida hacia delante. En este ciclo contínuo se está cumpliendo la Ley de Progreso posibilitando la renovación y el rescate de todos nosotros. 

 

Como podemos percibir, la perspectiva espiritista del amor está íntimamente ligada a la propuesta de desarrollo moral. Mientras haya alguien que sufra por algún desliz nuestro y viceversa, no podemos sentirnos en paz. Somos invitados por la Providencia Divina a cuidar de nuestra siembra a fin de recoger los dulces frutos a ser compartidos con nuestros hermanos donde quiera que estemos.

 

Siempre hay una oportunidad de volver a rehacer los pasos equivocados, como hay un enorme campo de acción esperándonos para una nueva siembra. Ninguno de nosotros es eternamente culpable, así como tampoco somos inocentes en nuestras pruebas. Renacemos en ambientes de intensa afinidad, unos con los otros, con el objetivo de ser lo mejor que podamos junto a ellos. 

 

Por lo tanto, la relación entre dos personas, en la que todo comienza para la llegada de cada uno de nosotros, es de suma importancia para la construcción de esta gran familia llamada Humanidad. Cuidar este comienzo puede hacer la gran diferencia ante los desafíos que toda familia precisa enfrentar. 

Y es aquí donde el amor se manifiesta en forma de compañerismo, de modo que aunque acontezcan equívocos naturales en nuestro proceso de crecimiento, todos podamos darnos continuas oportunidades de recomienzo.  Todos somos aprendices de amor, todos estamos necesitados de cariño, así que ojalá amemos mucho, mucho, para que seamos amados como cada uno necesita y puede, como hijos de Dios que somos.



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