Dan Assisi – San Diego, EUA

 

Podemos decir que el mundo se encuentra en un punto de inflexión clave. Dondequiera que miremos, vemos signos de conflicto: tensiones por las desigualdades raciales y de género, discrepancias sobre cómo gestionar la pandemia del COVID-19, división política que incita a la violencia y la intolerancia y, más recientemente, incluso la guerra en Ucrania. No cabe duda de que vivimos en tiempos de grandes cambios y desafíos.

 

 

Pero no es sólo en el mundo exterior donde encontramos señales de que se están gestando problemas. En nuestros barrios, en nuestras comunidades y dentro de nuestras propias casas, también somos testigos de tensiones y conflictos. A menudo, estos conflictos están relacionados con nuestros hijos. Oímos a los padres hablar de ello con frecuencia. Sus preocupaciones se expresan generalmente de una de estas dos maneras: se preguntan “¿por qué mis hijos no me escuchan?” o “¿cómo preparo a mis hijos para el mundo?”. Ambas cuestiones apuntan al mismo obstáculo: no estamos seguros de cuál es la mejor manera de educar a esta nueva generación.

 

 

Y es, de hecho, una generación diferente. Los padres se apresuran a señalar que sus hijos no se comportan como ellos lo hacían cuando eran más jóvenes o que no quieren las mismas cosas que sus padres cuando tenían su edad. Así que la tensión crece… Pero no tiene por qué ser así. Aquí es donde nuestra comprensión de la espiritualidad puede ayudarnos de verdad.

 

 

Cuando aplicamos lo que hemos aprendido en el espiritismo a nuestros propios hijos, empezamos a verlos no sólo como el producto natural de nuestras familias, sino como espíritus inmortales que se reencarnan. Como tal, empezamos a cambiar nuestra forma de pensar: no son sólo una generación que viene a este mundo para ser víctima de tiempos muy complejos. Son mucho más: son un grupo de almas que Dios ha considerado conveniente que habiten este lugar durante este tiempo, por una razón. Y esa razón es el crecimiento, como suele serlo cuando Dios está involucrado.

 

 

Pero esta es la cuestión: no están aquí sólo para su propio crecimiento, como la mayoría de nosotros supondría. También están aquí para el nuestro. ¿Lo habéis contemplado de esta manera?

 

 

A veces, como padres, nos olvidamos de que nosotros también debemos crecer, aunque ya seamos “mayores”. Nosotros también tenemos lecciones que aprender, y ellos están aquí para enseñarlas – después de todo, ¿no somos nosotros también espíritus en evolución? Oímos hablar mucho sobre cómo tenemos que educar a la nueva generación, pero no hablamos mucho de cómo esta nueva generación puede educarnos a nosotros.

 

 

 

Una vez que dejamos que eso se asiente durante un tiempo, nos damos cuenta de que educar a la nueva generación significa también cambiar ésta. Necesitamos cambiar nuestras perspectivas y hábitos para preparar a nuestros hijos para este nuevo mundo.

 

Entonces, ¿cómo lo hacemos? ¿Qué pueden hacer los padres hoy para ayudarles a preparar a sus hijos para el mañana?

 

 

A continuación ofrecemos algunos consejos sobre cómo empezar:

 

 

Es su camino, no el nuestro

 

Este es un concepto sencillo de entender en principio, pero difícil de aplicar en nuestro día a día. Debemos recordar: nuestros hijos se han reencarnado en un viaje. Es su viaje, no el nuestro. Nuestro deber, como padres, no es hacer que nuestros hijos cumplan nuestros deseos, que sean lo que queríamos ser cuando éramos más jóvenes, o incluso que vean el mundo como lo vemos nosotros. Nuestro papel es prepararles para su viaje, y no para el que nosotros desearíamos que tuvieran.

 

 

Nuestro trabajo es garantizar su seguridad, no su felicidad

 

Esto puede parecer duro al principio, pero no podemos hacer felices a nuestros hijos. Claro que queremos, pero no podemos. Ellos tienen que encontrar su propia felicidad. Nuestro trabajo es garantizar su seguridad y su salud para que puedan tener la oportunidad de realizarse por sí mismos. Comprar cosas y satisfacer todos sus caprichos no les hará felices, sino que solo se acostumbrarán a ellos, lo que les hará infelices a largo plazo cuando ya no estemos para hacer todo lo que deseen. En su lugar, centrémonos en asegurarnos de que están a salvo, sanos e independientes para que puedan tener la oportunidad de encontrar su propia felicidad.

 

 

Centrémonos en los principios, no en las reglas

 

Quizá os hayáis dado cuenta de que esta nueva generación no se limita a hacer las cosas porque tú se lo digas. Tampoco lo hacen los adultos, y eso es lo que son nuestros hijos: adultos en desarrollo que crecen en un mundo altamente conectado y descentralizado. Como consecuencia, muchos se resistirán a la autoridad, pero no se resistirán a la razón y al amor, porque compartir la razón y el amor significa una conexión personal a un mismo nivel. Así que, si necesitas que se comporten o actúen de una determinada manera, tienes que decirles por qué. Una buena manera de recordarlo -y de obtener mejores resultados- es centrarse en los principios y no en las reglas. ¿Cuál es la diferencia? “No puedes comer helado todo el tiempo” es una regla. “Quiero que mantengas tu cuerpo sano para que no enfermes” es un principio. La razón por la que no quieres que tu hijo coma helado todo el tiempo es que no es saludable para él o ella, no porque sea un helado. Al centrarte en los principios, les estás dejando claro lo que es importante para ti: que te importa. Y te sorprenderá: puede que entiendan rápidamente que comer chocolate a todas horas tampoco es una buena idea. Los principios deben ir siempre por delante de las normas.

 

 

El comportamiento como una indicación de la necesidad

 

Por último, consideremos que nuestros hijos -como espíritus inmortales con su propia y amplia trayectoria- son más complejos de lo que imaginamos. Y esa complejidad a veces se pierde en la traducción porque todavía no han dominado la comunicación en esta vida. Por lo tanto, consideremos que su (mal) comportamiento es a veces una forma de llamar la atención. Porque tienen una necesidad de conexión que aún no pueden verbalizar, rompen cosas, hacen cosas que saben que no deben hacer porque les funciona: les prestamos atención. En lugar de reaccionar, intentemos acercarnos a ellos (emocionalmente) y recordarles que nos importan. Entonces veremos cómo cambian. El mal comportamiento es una indicación de una necesidad no satisfecha.

 

 

Por supuesto, hay mucho más que hacer que lo que pueden expresar estos pocos conceptos. Pero pueden ser, no obstante, un buen punto de partida. Y esa es nuestra esperanza: que nosotros, como padres, empecemos a pensar de manera diferente sobre cómo preparar a nuestros hijos para este mundo cambiante – y en el proceso, también cambiar nosotros mismos para mejor. Al fin y al cabo, todos somos espíritus inmortales venidos a la Tierra para crecer.

 

 

Dan Assisi, es autor, conferenciante espiritista y también es consultor estratégico y coach ejecutivo enfocado a la promoción del cambio sostenible en el campo de la Educación. Es miembro fundador del Instituto Espírita y de la Asociación Espírita de California.

 

 

 

 

Traducido por M.Cristina Matos.

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